Hoy hace un mes que te fuiste.
Ya no siento en mi frente los tibios rayos de sol, ni el fresco roce del mar en mis descalzos pies paseando contigo. Aquella explosión de gusto que sentía mi boca cuando besaba tu boca.
En compañía de mi inesperada soledad, juntas repasamos los dichosos momentos que compartimos tú y yo.
Dichosa vida, apacible muerte. Venimos y nos vamos, me decías.
Me enseñaste a detenernos durante la senda de la vida, para observar lo esencial, lo insignificante, como lo son las gotas de lluvia empapando la hierba, el reflejo del mar en el espejo de tus ojos, a sentir tus fuertes abrazos envolviéndome con ternura.
Si pudiéramos apreciar todo esto antes de brillar en el firmamento, al igual que tú lo haces ahora, amor, compartirlo antes de cruzar el invisible muro, participar en tanta belleza antes de dejar el disfraz que nos entregan al nacer, antes de que vuele el alma...entonces habría valido la pena la inevitable partida, llegar al final del viaje.
Hoy hace un mes que te fuiste.
Anhelando estoy de nutrirme de nuevo con tus sonrisas, de vestirme con tus caricias y danzar al ritmo del silbido del viento a su paso entre las flexibles ramas de los sauces.
Hoy, quiero que sepas, que pensaré en ti mientras siga caminando. Veré la orilla del mar en la vereda, escucharé tu voz y el romper de las olas, mientras mis pasos avanzan por encima de las cobrizas hojas caídas, en este espeso y oscuro bosque en el que se ha convertido mi vida sin ti. Será como si fuéramos juntos de la mano, sin la existencia de esta irremediable distancia que nos separa.
Hoy, delante de la fría y oscura piedra que lleva tallado tu nombre, con una insólita calma, solo deseo volar, majestuosa águila hacia su escarpado nido, hasta donde tú estés ahora, amor.
Hoy hace un mes que te fuiste, sin molestar, sin hacer ruido.
Irene Abecia
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